miércoles, 21 de noviembre de 2012

La llave

 
   Lo último que me dijo mi marido por teléfono fue: "María, ¡somos ricos! Ahora te cuento, voy para casa". Y colgó sin dejarme abrir la boca. Pero nunca llegó; un autobús le pasó por encima al cruzar la calle.
   Julián no era hombre dado a aspavientos y me dejó muy intrigada. Pasaron los minutos, las horas y él no regresaba. Maldije su costumbre de no llevar nunca el móvil. Cuando el teléfono sonó de nuevo, era la policía. Me dieron la mala noticia de sopetón. Yo me derrumbé.
 
   Todo en aquellos días me parecía irreal: el tanatorio, el cementerio, la soledad que siguió... Y dentro del dolor que yo sentía, una idea no dejaba de taladrarme la mente: ¿qué quiso decirme Julián el día en que murió? "Somos ricos...". Repasé sus ropas una y otra vez. No sabía qué buscar, ¿un billete de lotería?, ¿un cheque?... Él no era aficionado a los juegos de azar y no tenía más trabajo que el del taller. ¿Estaría metido en algo que yo no supiera? Yo no encontraba explicación, y por más que hurgaba en los bolsillos nada encontré que me sirviera al menos de pista. Hasta llegué a descoser algunas costuras, y nada.
   Desistí, hasta que un día reparé en su llavero. Entre las llaves del portal, del piso, del coche y del garaje, una más pequeña llamó mi atención. Era especial, complicada, yo nunca había visto nada igual. Tuve la intuición de que era la clave del asunto. ¿Sería de una de esas cajas de seguridad que tienen algunos bancos? ¿De alguna consigna? Separé la llave y la guardé como oro en paño.
   No sabía a quién podría yo preguntar. Me asustaba ir a un banco y levantar sospechas consultando a desconocidos. Miré la llave detenidamente y examiné con lupa una pequeñísima inscripción que descubrí en la tija: CRK 1021. Busqué el dato en Internet y hallé algunas coincidencias pero nada que ver con bancos ni cajas. Estaba como al principio.
 
   Una noche de insomnio, ya de madrugada, vi un programa de televisión dedicado al esoterismo. Una médium se ofrecía para consultas a través de un teléfono de pago. La mujer, vestida de modo extravagante, decía: "Usted puede comunicar con los seres queridos que se fueron porque ellos siguen al lado de aquellos a los que amaron. Hoy es día de difuntos y ellos están muy cerca. Llámenos...". El corazón me dio un vuelco. ¡Sí!, ¿por qué no intentarlo?
   Llamé precipitadamente. El teléfono comunicaba una y otra vez, y yo insistí e insistí hasta que alguien respondió. "Quiero hablar con la médium, pero en privado, no en televisión", dije. Me dejaron en espera. Los minutos se hicieron interminables. Por fin la misma voz volvió a hablar: "Ahora ella está en directo, pero puede usted llamar después del programa a este otro número y la atenderá con gusto". Más tarde le conté el caso a Irina, ése era su nombre. Me aseguró que era bien fácil, pero tendría que ir a su casa para una sesión espiritista. También, que ella no cobraba nada por sus servicios pero los elementos necesarios eran caros y correrían por mi cuenta. No puse objeción.
 
   En una mesa redonda ardían velas de distintos colores. Sobre ella, un tablero ouija y unos montones de algo que parecía ceniza. Me invitó a sentarme.
—¿Ha traído la llave, querida?
La puse sobre la mesa.
—Bien, póngala en el centro del tablero y mantenga un dedo sobre ella. Yo no debo tocarla; la contaminaría. Eso es. Ahora dejaremos la sala a oscuras, no tenga miedo...
La mujer sopló las velas una a una y el olor a cera se acentuó hasta marearme. Sólo quedó una muy tenue claridad que parecía provenir de un lugar indeterminado.
—Ahora pondré mi mano sobre la suya y usted debe formular la pregunta que desea que él conteste. En voz bien alta.
—Julián, ¿qué es esta llave? ¿Por qué me dijiste que éramos ricos?
No pasó nada. Irina me animó a repetir la pregunta. Y otra vez.
De pronto, la luz se hizo más intensa y la llave empezó a vibrar y a moverse. Recorría el tablero con velocidad, de una letra a otra: B... B... V... 3.... 1... 3... 7... 3... 2.... 0.... 9. Volvió al centro y se paró.
—Bien, ahí tiene la respuesta, querida. Le dije que él contestaría —presumió la mujer.
—Espere, ¿cómo puedo saber que es mi marido?
—Ya tiene sus datos, ¿no es suficiente? —Irina hizo un mohín de disgusto.
—¿Eres tú, Julián? —me atreví a preguntar.
Entonces sentí una mano subir por mi muslo y hacer a un lado la braguita. Reconocí los dedos de Julián, acariciándome como sólo él sabía.
   Lo demás fue fácil, localicé el banco, la oficina y el número de la caja. Dentro encontré una buena cantidad de dinero.
 
   Ser rica me permite algunos lujos. Por ejemplo, cada miércoles voy a ver a Irina. Nunca le pregunto a Julián de dónde sacó el dinero; la verdad, no quiero saberlo ni me importa. Simplemente pregunto: "¿Eres tú, Julián?".

©Fernando Hidalgo Cutillas 2012

viernes, 2 de noviembre de 2012

15 Relatos de autor

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Sumario:

  • La sirena, por Belén Garrido Cuervo (Pepa)
  • El crisol de los deseos, por Ricardo Durán (Coloso)
  • La elegida, por Lautaro Volpi (Lautaro Volpi)
  • Comiendo diferente, por Maritza Soler (MMS)
  • Amores de sangre, por Antony Sampayo (Ansape)
  • Dos, Tres, Uno, por Eduardo Krüger (Eduardo Pi - Eduardo Krüger)
  • Diario de un suicidio, por José García Montalbán (Josgarmón)
  • Katty, por Blanca Miosi (Blanca Miosi)
  • El libro de la Verdad, por Alejandro López Fernández (Incongruente)
  • Indios y vaqueros, por Milagros García Zamora (milagros)
  • Rezos infantiles, por Jessica Castro (Amine)
  • Osiris, por Juan Antonio Marín (Juanan)
  • Las dos Elenas, por Mario Archundia (pesado67)
  • Jonás, por Mario Archundia (pesado67)
  • La decisión, por Fernando Hidalgo (Panchito)
Una edición del Club de Letras entre Amigos - 2012