viernes, 27 de junio de 2014

SIN TÍTULO

Quizá no dice nada
Y sin embargo es tanto…
Tan distante y ambigua,
tan sola en la distancia,
en la esperanza, tanto...

Quizá no dice nada.
O lo dice callando.
Tan dulce y sugestiva
que me está martillando
los tímpanos, el alma.

¿Quizá me ha contestado?

Nunca no dice nada,
pero lo deja claro.
Más fría, más distante,
con un lenguaje llano.

Nunca, ¡qué ironía!,
no brotó de sus labios.
Sólo dijo: quizá;
y, sin embargo, ¡es tanto!

domingo, 22 de junio de 2014

El ka


Vi a Ernesto tan hundido que pensé que no saldría adelante. Por eso, le pedí a mi amiga Gloria que echara al correo una carta seis meses después de que yo me hubiera ido.

Casi se cae de espaldas al reconocer mi letra. Le rogaba que rehiciera su vida, que no debe quedarse solo, que yo hubiera hecho eso mismo…

Lo que yo no podía imaginar es que los antiguos egipcios tenían razón y mi ka andaría algún tiempo vagando por aquí. Y tampoco sabía que mi amiga Gloria es una lagarta de cuidado. Y ahora, desde que convencí a Ernesto con la maldita carta, he de verlo a diario andar tras ella como un tortolito, mientras Gloria luce las joyas que una vez fueron mías y yo me muerdo las uñas de este jodido ka esperando el juicio de Osiris, en algún lugar entre la vida y la muerte.

©Fernando Hidalgo Cutillas - 2012

viernes, 23 de mayo de 2014

Trilogía de cuentos de Belén Garrido

Nuestra compañera Belén Garrido Cuervo, Pepa en LEA, acaba de editar un librito con los siguientes relatos:


La carta
Toscamente entretejidos
Pura

Toscamente entretejidos fue en 2006 el cuento ganador del Primer Premio del X Concurso Internacional de Relato Corto "Elena Soriano", patrocinado por el Ayuntamiento de Suances (Cantabria). Éste es el enlace al concurso: Fallo del X Concurso Internacional de Relato Corto "Elena Soriano"
Estamos seguros de que esta pequeña antología os gustará. Podéis descargarla en PDF pulsando sobre la portada. Como todos nuestros enlaces, es una descarga directa, gratuita y sin publicidad.
 

(Hay que pulsar el enlace y entrar en el apartado del menú "Biblioteca LEA" )

viernes, 9 de mayo de 2014

El mundo de las palabras

  El mundo de las palabras es complejo, como todos los mundos antiguos. Algunas son muy viejas; otras, recién nacidas, aún no tienen ni documentación. En el cementerio reposan las que no soportaron el paso del tiempo. Olvidadas, las que no tuvieron descendencia; otras, perviviendo en sus vástagos.
La historia del mundo de las palabras es tan antigua como el hombre. Cada grupo de hombres tiene su mundo de las palabras particular, aunque las fronteras son bastante permeables; las palabras viajan constantemente. Recién llegadas, sin papeles, deben inclinarse ante las demás como muestra de respeto. Después, pasado un tiempo, se les da carta de naturaleza y pueden ir erguidas junto a las otras. Con los años no se las distingue, aunque hay quienes se encargan de recordar su origen: ésta viene de allí, la otra de allá... En general todas han llegado de alguna parte. O son hijas de otras más antiguas.
Existen también las clases sociales; palabras distinguidas, envaradas, y palabras campechanas de costumbre más vulgar. Las primeras se dejan ver menos, como corresponde a su alcurnia. A menudo dentro de la misma familia hay diferencias. Perro y Can son palabras hermanas. Can se ha vuelto cursi, hace mucho tiempo que apenas se la ve. Pero se consuela pensando que ha tenido hijos más distinguidos que su hermana. Ella muere pero sus hijos gozan de buena salud. Canino, por ejemplo. Estas palabras desgastadas se refugian a menudo en las ciencias, que saben combinar como nadie lo nuevo con lo antiguo.
  La amistad es importante en el mundo de las palabras. Algunas tienen una estrecha relación desde que un día, sin que se sepa cómo, se conocieron. Así, Vuelo conoció a Majestuoso. Se cayeron bien y andan siempre juntas. Como Hambre, una palabra antigua y terrible, y Canina, la hija de Can. Día y Espléndido también hacen buenas migas. Lobo y Feroz, Alta y Cumbre... Hay muchas parejas de hecho. Con ellas han de tener cuidado los escritores. También hay matrimonios, cuando la documentación las une para siempre. Tanto y Cuanto se casaron hace mucho tiempo. Hasta hay palabras siamesas, como Sin y Embargo. Pero ése es otro cantar.
  A veces suceden cosas extrañas en el mundo de las palabras. Acuario y Piscina salieron a cenar una noche. En el restaurante, dejaron sus chaquetas en el guardarropa pero, al salir, se confundieron y las intercambiaron. Por eso en las piscinas no hay peces y en los acuarios hay mucho más que agua. Otras veces las palabras se ponen un antifaz que hace difícil reconocerlas. Como Pordiosero, que quiere disimular que una vez pidió por Dios.
  Este mundo antiguo, el de las palabras, cambia a menudo. Hace muchos años hubo un gran continente que poco a poco se fue dividiendo en territorios más pequeños, lentos cambios que, partiendo de un origen común, llegaron a hacer incomprensibles unas zonas con otras. Ahora, sin embargo, se tiende a lo contrario. Las palabras nuevas abarcan muchos territorios a la vez. Y es que el mundo de las palabras tiene mucho que ver con el mundo de los hombres.
 
© Fernando Hidalgo Cutillas - 2014

jueves, 8 de mayo de 2014

Comentarios a las dos antologías

Hace unos días publicamos en nuestro sitio web y también en este blog LETRAS AL VIENTO, la segunda antología de relatos cortos españoles e hispanoamericanos para que pueda leerla todo el que lo desee. Y ahí sigue. Hasta este momento contamos un total de 1.166 descargas, cerca de 300 en el Día del Libro, el primer día que salió.  Si alguien no lo tiene y quiere copiarlo, sólo hay que pulsar en la portada. Igualmente para nuestra primera antología, 15 Relatos de autor.

 
 
 
 
 
A algunos lectores les gusta comentar o dejar una opinión, que es valiosa para el autor y también  sirve como orientación a los que aún no han leído. Si os apetece, éste es el sitio adecuado. Nos interesa saber tu opinión y sólo te cuesta un minuto. Pulsa más abajo, sobre "Comentarios" y dinos qué te pareció, qué te gustó y qué no te gusto.  
 
Muchas gracias a todos.
 
LetrasEntreAmigos

martes, 22 de abril de 2014

Letras al Viento, II Antología de relatos españoles e hispanoamericanos

Letras al Viento
II Antología de relatos españoles
e hispanoamericanos

 
 
Descarga libre, directa y gratuita
Pulsa sobre la portada para descargar PDF
Puedes compartirlo y enviarlo a tus amigos libremente

 
Con la participación de Juan Antonio Marín, Eduardo Krüger, Lautaro Volpi,
José García Montalbán, Fernando Hidalgo, Antonio Pacheco, Belén Garrido,
Regina Vargas, Quercia, Mario Archundia, Ricardo Durán, Milagros García
Zamora, Blanca Miosi, Luisa Méndez, Pedro Quintana y Antony Sampayo
 

jueves, 17 de abril de 2014

Proximamente, Letras al Viento, segunda antología de relatos

LETRAS AL VIENTO
 
 
A partir del próximo 23 de abril 2014:
 
 Letras al Viento - IIª Antologia de relatos españoles e hispanoamericanos

Al alcance de todos en descarga gratuita, libre y directa. Dieciséis cuentos de Blanca Miosi, Eduardo Krüger, Belén Garrido, Mario Archundia, y hasta 16 autores del Club de Letras Entre Amigos.
 



Una edición de
 

 
 

miércoles, 2 de abril de 2014

15 Relatos de autor: descarga directa y gratuita

15 Relatos de autor
Primera antología de relatos
españoles e hispanoamericanos de
LETRAS ENTRE AMIGOS
 
 Sumario
 
• La sirena,  por Belén Garrido Cuervo
• El crisol de los deseos, por Ricardo Durán
• La elegida, por Lautaro Volpi
• Comiendo diferente, por Maritza Soler
• Amores de sangre, por Antony Sampayo
• Dos, Tres, Uno, por Eduardo Krüger
• Diario de un suicidio, por José García Montalbán
• Katty, por Blanca Miosi
• El libro de la Verdad, por Alejandro López Fdez.
• Indios y vaqueros, por Milagros García Zamora
• Rezos infantiles, por Jessica Castro
• Osiris, por Juan Antonio Marín
• Las dos Elenas, por Mario Archundia
• Jonás, por Mario Archundia
• La decisión, por Fernando Hidalgo




Descarga directa y gratuita
en formato PDF
  
 
 
Segunda antología en preparación... 

jueves, 20 de marzo de 2014

La decisión

Pocos días antes de mi octogésimoquinto cumpleaños recibí una carta, un acontecimiento poco frecuente. Hacía mucho tiempo que casi toda la correspondencia de la ciudad circulaba por correo electrónico. El sobre provenía de la Oficina de Bienestar Global de mi distrito y sólo contenía una cuartilla que era una simple citación: Le rogamos se presente en estas oficinas antes de treinta días a partir del recibo de esta nota. Nuestro horario es..., etc.
 
A mi edad tengo pocas obligaciones que atender y mucho tiempo libre, el plazo me venía largo, así que al día siguiente me puse el traje de los domingos, tomé mi bastón de caoba con empuñadura de titanio y me encaminé a la citada oficina.
 
Paseando bajo el tibio sol de las primeras horas de la mañana, me esforzaba en alejar la inquietud que la citación me había producido. ¿Qué podrían querer de mí en la oficina de bienestar? Supuestamente el Departamento de Bienestar Global vela por cubrir las necesidades de las personas con problemas pero yo, aunque vivía solo, no tenía problemas, al menos no del tipo en el que los políticos puedan meter la nariz.
 
Ya cerca de mi destino compré el diario en el único quiosco superviviente de la zona y lo guardé bajo el brazo, en previsión de una probable y quizá larga espera. Recorrí con paso decidido los últimos metros y entré en el edificio.
 
Apenas habría diez personas en el vestíbulo, todas ellas sentadas, dispersas, en unos asientos con acabado de imitación a madera. Tal como había imaginado, la atención al usuario estaba automatizada. Me dirigí a uno de los grandes monitores de cristal líquido del punto de información. La imagen de una muchacha sonriente, que no paraba de hacer muecas que pretendían ser gestos amables, me revolvió el estómago. Una voz femenina, sensual y melodiosa salió de alguna parte:
 
Coloque su dedo pulgar derecho sobre la zona marcada, en la parte inferior de la pantalla, por favor.
 
Seguí la indicación y al momento la muchacha sonriente desapareció para dejar paso a una ficha personal que contenía mis datos.
 
Le rogamos que confirme su identificación pulsando el botón verde; si es errónea, pulse el rojo.
Toqué el botón verde y la empalagosa muchacha de las sonrisitas reapareció en el monitor. Unos segundos después la voz volvió a darme instrucciones.
 
Espere en el sillón número veintiuno. Una de nuestras azafatas se encargará de su caso lo antes posible. El Departamento de Bienestar Global le agradece su visita. Que tenga un buen día.
Agarrando el diario como un salvavidas caminé hacia la zona donde se alineaban los asientos. Localicé el número veintiuno, me senté en él y me dispuse a soportar estoicamente la tortura de una larga espera. Afortunadamente mis temores resultaron infundados; aún no había terminado de ojear la portada cuando se acercó a mí una mujer bastante gruesa que rondaría la cincuentena. No daba la imagen que yo tenía de una azafata pero ésa parecía ser su función.
—Buenos días. Señor Campos, ¿verdad? Sígame, por favor.
Su voz auténtica y su actitud amable derrumbaron mis prejuicios al instante. Caminé tras ella por un vericueto de pasillos hasta una puerta de cristal translúcido. Golpeó con los nudillos antes de abrir invitándome a pasar.
—Don Vicente Campos —anunció y, dirigiéndose a mí, añadió con simpatía— ¡Que tenga suerte! Volveré a recogerlo cuando terminen.
Todos los temores que antes había logrado conjurar se agolparon en mi mente en ese momento. ¿Por qué me habría deseado suerte?
 
La pieza era un pequeño despacho con una mesa blanca de escritorio, dos sillas frente al sillón del anfitrión y absolutamente nada más. El hombre que lo ocupaba se alzó unos centímetros de su asiento a modo de saludo.
—Siéntese, ¿quiere? —invitó.
Lo hice, y me quedé mirándolo con cara de "usted dirá…". Él era muy joven. Noté que estaba tenso. Sonrió nerviosamente y comentó algo banal, no recuerdo qué. Saqué del bolsillo interior de mi chaqueta la nota que había recibido y la puse sobre la mesa.
— ¿Quería usted verme? He recibido esta carta…
El joven se puso serio y adoptó un aire solemne antes de contestar.
—Verá, señor Campos, el motivo de su presencia aquí es que, según nuestro archivo, usted ha cumplido ochenta y cinco años… Y aún no ha tomado la decisión —explicó en voz tan baja que apenas pude oírlo.
—¿La decisión? ¿Qué decisión? —Yo estaba verdaderamente intrigado.
—Verá, señor Campos —repitió—, hace unos años, el Gobierno decidió ampliar los servicios a la ciudadanía en un tema muy sensible, pero muy delicado también. Durante décadas la Salud Pública se ocupó de la vida, pero muy poco de la muerte. Los progresos médicos permitieron alargar la vida de los ciudadanos y ciudadanas; no sólo alargarla, también darle calidad y bienestar. Pero eso tiene un límite, que habíamos sobrepasado ampliamente. La consecuencia fue que muchos enfermos y ancianos se veían abocados a una tortura insufrible en sus últimos años. La Medicina había llegado demasiado lejos con ellos, no podía curarlos pero tampoco les permitía morir y vivían una especie de lenta agonía durante largo tiempo. Por otra parte, los costes de todo ese esfuerzo inútil, peor aún, perverso, eran enormes.
— ¿Y qué tiene eso que ver conmigo y con la decisión que dice que he de tomar? —interrumpí. Yo no comprendía para qué me estaba contando todo aquello.
—Déjeme que le explique… Cuando el Gobierno decidió intervenir en esta situación, hace ocho años, en el 2016, se creó un servicio de Eutanatología en todos los hospitales generales del Estado. Cuando algún paciente sobrepasa los límites de una vida aceptablemente soportable, sus médicos lo dirigen a ese servicio. Allí se le informa de su derecho a una muerte digna, rápida, sin sufrimiento ni dolor, se le propone el ingreso definitivo y el paciente decide. A algunos les cuesta, el instinto de supervivencia es potente, pero en general se impone el sentido común y acaban accediendo.
—No puedo creer que esté usted proponiéndome que yo decida morir… ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Acaso me ve decrépito? Es la situación más absurda en la que me he encontrado en toda mi vida —protesté, con sarcasmo.
—No se enoje, señor Campos, y déjeme terminar. Hace unos dos años se hizo una revisión sobre el funcionamiento de este sistema y se detectaron varios fallos; el principal, que por algún motivo muchas de las personas candidatas a recibir este servicio nunca llegaban a contactar con él. Un apego irracional a la vida, a cualquier precio, o un malentendido amor de la familia o, en ocasiones, intereses creados, este tipo de factores interferían en el buen funcionamiento del proyecto. Entonces se decidió que los enfermos con determinadas dolencias y todas las personas a partir de la edad de ochenta y cinco años deberían, anualmente, si tenían buen uso de sus facultades mentales, entrevistarse con un psicólogo y después decidir por sí mismas si querían seguir viviendo o no. Y ésa es la finalidad de esta entrevista, que usted tome esa decisión.
—Así que es usted psicólogo... —deduje—. ¡Qué extraño!, leo la prensa todos los días y no recuerdo nada sobre lo que acaba de explicar.
—Ya le he dicho que el tema es sensible y delicado. No se ha hecho nada para informar a la población en general, pensamos que hacerlo sólo daría problemas. —El funcionario puso frente a mí un impreso—. Ha de rellenar este cuestionario y firmar debajo. Eso es todo.
Se trataba de marcar las casillas pertinentes en una serie de preguntas sobre mi salud, el tipo de vida que hacía, mis relaciones familiares y hasta mis ingresos mensuales. Y al final, la decisión, planteada en estos términos:
 
¿Desea usted que el Estado lo/la ayude a terminar drásticamente con sus dolencias, con los mejores medios que la Medicina puede ofrecer en este momento? Y dos opciones: SI/NO.
 
—Pero aquí no dice nada de eutanasia… —señalé.
—Intentamos no herir ninguna sensibilidad. Cualquiera entiende que ese final drástico no puede ser otro.
Marqué NO, firmé la hoja y la devolví al joven, que la guardó en un cajón sin mirarla.
—¿Lo ve usted?, no era tan difícil. Ya está. El año próximo, más o menos por estas fechas, volveremos a vernos. —Se levantó de su silla para despedirme y nos estrechamos la mano—. Que tenga un buen día, señor.
 
La azafata apareció en la puerta como por arte de magia y me dispuse a seguirla hasta la salida. Mientras caminaba tras ella me crecía la sensación de haber caído en una trampa, no estaba seguro de no haber firmado mi condena a muerte. En ese momento empecé a darme cuenta de que había renunciado por escrito a la ayuda médica del Estado. Pero me daba igual, ya sólo quería salir de aquel asfixiante lugar cuanto antes.
© Fernando Hidalgo Cutillas - 2010